Los rostros de Quito: capturando a la ciudad desde la altura

Quito es una ciudad multifacética. Desde su arquitectura, sus habitantes y la naturaleza que se posiciona entre los edificios, ofrecen varios matices a la urbe, que se descubren al cambiar la perspectiva de visión, a bordo del Quito Tour Bus. Con mi cámara en mano, quise aventurarme a descubrir los diferentes rostros de la carita de Dios.

Desde la primera parada, me encontré con rasgos que la capital no muestra a simple vista. El cambio de perspectiva al viajar en el segundo piso del bus, me mostró paisajes únicos Para empezar, al pasar por el barrio de La Mariscal vi que las fachadas de las casas, al estilo victoriano, parecen salidas de una postal de una pequeña villa europea. Conocía que los primeros ocupantes del sector, diseñaron sus viviendas de esa manera para distinguirse del resto de la población. Es por eso que, cuando el bus paró en la Plaza Foch, aproveché y me tomé una foto con el empedrado y el verdor de los árboles de fondo.

El viaje continuó hacia el centro de Quito. Subimos hacia la loma de San Juan para visitar el Centro de Arte Contemporáneo, que funciona en las instalaciones remodeladas del Antiguo Hospital Militar. Me llamó la atención su diseño entre clásico y moderno. Pero al voltear la mirada me encontré con todo el centro-norte de Quito saludándome, así que lo guardé con mi cámara antes de que el bus arrancara de nuevo.

Más adelante, me vi frente a frente con la iglesia de La Basílica. Este monumento católico, es un homenaje al neogótico europeo y también a las especies nativas del Ecuador, que se miran en las gárgolas que protegen al templo. Existen mitos urbanos alrededor de su edificación, entre los que destacan que cuando se termine de colocar la última piedra, comenzará el fin del mundo. Sin duda, este es un punto imperdible de capturar. Seguimos el recorrido y el bus descendió hacia el corazón del Centro Histórico por la calle García Moreno. La empinadura de esta vía se siente como ir en una montaña rusa, con la misma emoción, pero no la velocidad. Mientras bajábamos, me pregunté ¿me arriesgo o no? Como el bus se movía un poco, vencí mi miedo, me paré y saqué una instantánea de mi con el fondo más original del viaje.

En el bus, pude mirar de cerca los balcones de las casas coloniales y las macetas de geranios que los engalanan. Los guardé con mi cámara porque son de esos detalles que se ven muy pocas veces. Al llegar a la Plaza Grande, no perdí el tiempo y me capturé con el Palacio de Carondelet, en donde a veces aparece el Presidente para saludar a la gente. También giré la cámara hacia La Catedral, para tomarme una foto con el gallo de una leyenda quiteña, que está en la cúpula. Unos cuantos metros más adelante, apareció la construcción barroca de la Iglesia de la Compañía. Mis ojos se perdieron entre los adornos de su fachada. Esta es una de las edificaciones religiosas más impresionantes del centro de la capital.

Durante el camino, atravesamos por el Cementerio de San Diego, un lugar entre lúgubre y tradicional, en el que descansan desde las primeras hasta las nuevas generaciones. Para llegar al Panecillo, el bus avanzó por un camino enroscado rodeado de la vegetación del monte, que revelaba entre los árboles un poco del panorama urbano. En la cima de la colina, nos recibió la Virgen de Quito con los brazos abiertos. La escultura que cuida a los quiteños es más imponente de cerca, no por nada es considerada como una de las más altas de la región. Su diseño está inspirado en la obra tallada del artista Bernardo de Legarda. Fue inevitable no tomarme una foto con ella.

Para descansar un poco, bajé del bus y recorrí los alrededores del lugar. Me encontré con un pequeño mercado de artesanías, en el que se comercializan desde bufandas y abrigos para el frio, hasta figuras en miniatura de los monumentos del Ecuador. Como era hora de comer, caminé hacia un mini patio de comidas que me esperaba con platos típicos como fritada y motes con chicarrón, hasta con canelazos, bebidas calientes de mora y naranjilla, que ofrecen calor a cualquier comensal.

Al bajar del Panecillo, volvimos al centro, por la avenida 24 de Mayo. Debajo de uno de los puentes de la calle aparece, escondida, La Ronda. Antiguamente, la pequeña calle Morales, como era conocida, servía como una ruta de paso de una quebrada y con el tiempo, se transformó en el hogar de la bohemia. Ahora es un sitio turístico en donde residen talleres de artes manuales, restaurantes y bares. El ángulo que ofrece estar en un bus de dos pisos, hice una toma única de este pequeño lugar. A partir de aquí, nos alejamos del paisaje colonial, que se transformó en uno más cosmopolita.

Mientras retornábamos al norte por la avenida Occidental, sobresalió otra de las dualidades de Quito. Por un lado, el bosque de edificios del norte y por el otro el verdor de las laderas del Pichincha. Después, bajamos por la avenida Mariana de Jesús, atravesamos por los pasos a desnivel, en donde pude sentir adrenalina nuevamente.

Al llegar a la parada final y con unas buenas tomas de la capital, me di cuenta que siempre se puede redescubrir los espacios en los que uno habita. Para el extranjero, conocer un destino nuevo, desde una perspectiva diferente, es aventurarse doblemente, pues será testigo de esas cosas que, quizás, los lugareños ignoran. Al verme de frente con las otras caras de la ciudad, sentí que la realidad tiene diferentes perspectivas y siempre se puede verlas al intentar nuevas experiencias.

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